“La propia
estima no puede ser verificada por los demás (…) Si dependes de los demás para
valorarte, esta valoración estará hecha por los demás”.
Así comienza un capítulo de uno de mis libros
favoritos; “Tus zonas erróneas” de
Wayne Dyer. Y es que esta premisa da lugar a muchos debates. Desde lo más
antiguo, filósofos como Arístóteles abogaban por la socialización del ser
humano. El ser humano es un ser social y como tal tiene la necesidad de ser
aceptado y querido en su endogrupo. Sin llevar este asunto a los extremos, es
cierto que nuestra imagen es muy importante, a través de ella proyectamos
nuestro Yo a los otros, por que no existe una segunda primera impresión, solo
la primera, esa que se construye en dos segundos de tiempo es la que quedará
registrada. Es cierto también que ésta primera impresión suele ser en la
mayoría de los casos errónea, debido a los prejuicios de los que estamos
rodeados, y está en nosotros la tarea de modificarla a través de la
interacción.
Existen momentos, en que solo tenemos ese pequeño
intervalo de tiempo para darnos a conocer y proyectar lo mejor de nosotros, es
el caso de una entrevista de trabajo, una primera cita, un evento social o
público, entre otros. Aquí, juegan un papel importante nuestras características
físicas. Es por ello, que nuestra forma de vestir, nuestro peinado, los colores
que elegimos son primordiales y nos ayudan a conformar esa imagen que queremos
dar. Estos factores que parecen tan
simples, conllevan unas características psicológicas complejas, es decir,
cuando sabemos y tenemos claro aquello que nos sienta bien, con lo que estamos
a gusto, nuestra confianza aumenta, nos vemos favorecidos y eso hace que
pisemos más seguros, seguros de nosotros mismos.
El bienestar personal se fundamenta de muchos
factores que correlacionan entre sí, la autoestima es uno de ellos, ésta es un
constructo muy complejo que despliega una variante de elementos entre los que
podemos encontrar el aspecto físico. Es
bien oído el dicho de que “cuando te gustes a ti mismo, los demás también lo
harán”, y es que sentirnos bellos, queridos, aceptados, depende de cómo nos
encontremos de a gusto con nuestro Yo, así como con nuestra imagen física.
Porque estos dos factores se complementan uno al otro, si no nos encontramos a
gusto con nuestra imagen física, desencadenaremos unos temores psicológicos en
nuestro interior, y viceversa, cuando traemos una estima minada por una serie
de causas, no podremos ver de nosotros una imagen deseada.
Todo esto se genera a través del amor, el amor a nuestro
propio ser, que empieza con la aceptación del Yo físico y la posibilidad de
disfrutar de éste. La clave está en que si eliges cambiar alguno de sus
componentes (usar un tratamiento cosmético determinado, un corte de pelo, una
determinada prenda) no lo hagas porque no te gusta lo que ves, sino por motivos
de autorrealización personal o para disfrutar de algo nuevo (W.D. 1976).
Es así que la práctica del amor a uno mismo empieza
por la mente. Acéptate, ámate, sin rechistar, sin quejas, con toda plenitud y
disfruta de ti, de tu cuerpo, de tu vida, de tus relaciones…
Y concluyo este post con el final del capítulo que
me lo ha inspirado: “enamórate de la
persona más valiosa, más estimulante y atractiva que ha existido jamás: tú”.
Sean felíces!
Bibi+
No hay comentarios:
Publicar un comentario