viernes, 7 de febrero de 2014

La belleza comienza en tu interior

La propia estima no puede ser verificada por los demás (…) Si dependes de los demás para valorarte, esta valoración estará hecha por los demás”.

Así comienza un capítulo de uno de mis libros favoritos; “Tus zonas erróneas” de Wayne Dyer. Y es que esta premisa da lugar a muchos debates. Desde lo más antiguo, filósofos como Arístóteles abogaban por la socialización del ser humano. El ser humano es un ser social y como tal tiene la necesidad de ser aceptado y querido en su endogrupo. Sin llevar este asunto a los extremos, es cierto que nuestra imagen es muy importante, a través de ella proyectamos nuestro Yo a los otros, por que no existe una segunda primera impresión, solo la primera, esa que se construye en dos segundos de tiempo es la que quedará registrada. Es cierto también que ésta primera impresión suele ser en la mayoría de los casos errónea, debido a los prejuicios de los que estamos rodeados, y está en nosotros la tarea de modificarla a través de la interacción.




  
Existen momentos, en que solo tenemos ese pequeño intervalo de tiempo para darnos a conocer y proyectar lo mejor de nosotros, es el caso de una entrevista de trabajo, una primera cita, un evento social o público, entre otros. Aquí, juegan un papel importante nuestras características físicas. Es por ello, que nuestra forma de vestir, nuestro peinado, los colores que elegimos son primordiales y nos ayudan a conformar esa imagen que queremos dar.  Estos factores que parecen tan simples, conllevan unas características psicológicas complejas, es decir, cuando sabemos y tenemos claro aquello que nos sienta bien, con lo que estamos a gusto, nuestra confianza aumenta, nos vemos favorecidos y eso hace que pisemos más seguros, seguros de nosotros mismos.
      

"Nunca conseguirás una segunda oportunidad de crear una primera impresión"

  
El bienestar personal se fundamenta de muchos factores que correlacionan entre sí, la autoestima es uno de ellos, ésta es un constructo muy complejo que despliega una variante de elementos entre los que podemos encontrar el aspecto físico.  Es bien oído el dicho de que “cuando te gustes a ti mismo, los demás también lo harán”, y es que sentirnos bellos, queridos, aceptados, depende de cómo nos encontremos de a gusto con nuestro Yo, así como con nuestra imagen física. Porque estos dos factores se complementan uno al otro, si no nos encontramos a gusto con nuestra imagen física, desencadenaremos unos temores psicológicos en nuestro interior, y viceversa, cuando traemos una estima minada por una serie de causas, no podremos ver de nosotros una imagen deseada.
Todo esto se genera a través del amor, el amor a nuestro propio ser, que empieza con la aceptación del Yo físico y la posibilidad de disfrutar de éste. La clave está en que si eliges cambiar alguno de sus componentes (usar un tratamiento cosmético determinado, un corte de pelo, una determinada prenda) no lo hagas porque no te gusta lo que ves, sino por motivos de autorrealización personal o para disfrutar de algo nuevo (W.D. 1976).

Es así que la práctica del amor a uno mismo empieza por la mente. Acéptate, ámate, sin rechistar, sin quejas, con toda plenitud y disfruta de ti, de tu cuerpo, de tu vida, de tus relaciones…




Y concluyo este post con el final del capítulo que me lo ha inspirado: “enamórate de la persona más valiosa, más estimulante y atractiva que ha existido jamás: tú”.





Sean felíces!

Bibi+





No hay comentarios:

Publicar un comentario